Los viajes son como los cuentos, se inician con cierta incertidumbre, y se finalizan con nostalgia.
Es muy difícil ubicar el momento en que realmente se inicia un viaje, quizá porque nuestro existir es un largo trayecto de ida
que comenzamos al nacer y termina cuando cruzamos al otro lado de la raya que marca el límite de la vida…
En este blog quiero recordar mis viajes pasados así como contar los presentes.
Intento andar por el mundo, mirando la vida
cómo si de un libro se tratara, recolectando trazos de
historia apuntando aquello que se te escapa de los ojos, buscándome y encontrándome en los rostros y en el corazón de los pueblos que visito.
Maria Manderly

10/10/15

Caminando bajo el canto del muecín.

Estambul

Al amanecer desde una atmósfera levemente brumosa, observábamos  desde la terraza del hotel la gaviotas  gritonas del bósforo planear sobre la mezquita azul.
Las luces de las farolas se iban apagando, dejando  una semi-sombra sobre los adoquines brillantes de las aceras.

En el silencio nos sorprendió la llamada del muecín del alba.

Y como si de una señal se tratara, poco a poco la ciudad se fue desperezando.
Las ruedas del tranvía golpeaban sus bordes de metal sobre los rieles anunciando la llegada del día. Los candados se empezaban a escuchar, no sabia yo si estarían cerrando o abriendo, y  las voces rebotaban entre murallas que escondían secretos difíciles de guardar.

Estábamos  viendo despertar  la ciudad con un pasado tan intenso y repleto de historia, que ha necesitado tres nombres, Bizancio, Constantinopla y Estambul  para poder resumir todo lo que ella ha significado para la humanidad.
Se la llamó 'la ciudad de las mil mezquitas', un sobrenombre ciertamente apropiado para esta inmensa urbe cuya silueta es un bosque de minaretes de todos los tamaños.

Era nuestra  última  hora en  Estambul antes de regresar a casa y ya en el auto, de regreso hacia el aeropuerto,  la nostalgia nos rondaba en un  sentimiento profundo, una melancolía que quemaba  por dentro, un lamento que sólo se puede expresar en turco y que muchos poetas quisieron atrapar entre sus páginas.
Los taxistas locales, envueltos por su tráfico infernal, siempre lo decían: “Odio Estambul, pero es la ciudad más hermosa del mundo”.

Aun recuerdo nuestra llegada a la Anatolia central una semana antes par recorrer Turquía, donde caminamos por los mágicos escenarios de conquistas, en la tierras de héroes, como la mítica Troya,  anónimos eremitas,  místicos visionarios,  y tierra de paso de  caravanas que seguían la Ruta de la Seda.( Escrito en este mismo blog)
Era ya de noche y  llovía cuando llegamos a Estambul. Vimos, al bajar por la pasarela  del avión que  caía una lluvia intensa que desdibujaba el paisaje y borraba el horizonte. La fuerza del agua golpeaba  la pista de aterrizaje por la que teníamos que caminar hasta la Terminal. Estábamos completamente empapadas, cansadas, hambrientas y con bastante frió. Nos repartieron por los hoteles, cenamos y  hasta la  mañana
Nuestro hotel el “ Zurich de Estambul ”  está muy bien situado,  apenas 10 minutos del gran bazar. Pero, tal vez, esto sea lo único bueno del hotel.  Por las noches se oía el ruido de la discoteca, y como era época de ramadan los comedores eran un desbarajuste ya que con sus dos restaurantes, uno en la terraza y otro en el halle,  nunca sabíamos donde nos correspondía cenar esa noche, así que, nuestra particular odisea  era  de un restaurante a otro subiendo o bajando escaleras con el consabido enfado que eso nos proporcionaba. A mi modo de ver este hotel es a evitar.
Lo mejor ¡…la azotea, y las vistas de la ciudad por la noche, con las mezquitas iluminadas.
Éramos pocos los viajeros de nuestro grupo que se alojaba en este hotel y en esa primera mañana un autocar vino a buscarnos para hacer el recorrido por la ciudad.

Estratégicamente, situada entre dos continentes, Estambul es un abrazo sempiterno entre Oriente y Occidente, entre Europa y Asia, bailando en perpetua armonía. No siempre ha sido así. La capital turca ha vivido una convulsa historia, al ser una de las localizaciones más codiciadas por los poderes dominantes de la historia.

Todo en Estambul es contraste  desde el luminoso interior de la mezquita Azul hasta los fascinantes mosaicos de San Salvador de Chora, o  la aventura que evoca la vieja estación del Orient Express, hasta, los recónditos cafés o los bellos capiteles corintios, casi secretos, de la cisterna de Justiniano.
Y envolviendo todo esto, el llamado desde las mezquitas de los Imanes  que resuenan  en toda la ciudad como una melodía que llega a ponerte la piel de gallina. Así que el primer día, acompañadas por nuestro grupo  de viaje, nos llevaron:
Al palacio Topkapi.
Esta construcción fue la sede del Imperio Otomano y es un importante lugar histórico en Estambul. Los sultanes utilizaron el Topkapi como residencia por 400 años, hasta el 1853. 
Topkapi  en turco, literalmente el "Palacio de la puerta de los cañones” por estar situado cerca de una puerta de ese nombre. El palacio está situado entre el Cuerno de oro y el Mar de Mármara y desde él se tiene una espléndida vista del Bósforo.  El palacio está construido siguiendo las normas de la arquitectura seglar turca, siendo su máximo ejemplo. Es un entramado complejo de edificios, unidos por 4 patios o jardines con una superficie total del complejo de 700.000 m², rodeados por una muralla bizantina.
En la actualidad, Topkapı es un museo de la época imperial.

El Harem es una sala preciosa, donde podían entrar sólo el sultán, sus hijos y sus mujeres. De hecho la palabra "harem" en arabo significa prohibido .Una vez hubimos finalizado la visita del harén, comenzamos a ver la enorme sucesión de pabellones que hay en el interior del recinto del palacio.
Curiosas  las cocinas imperiales, con grandes salas que actualmente albergan una sorprendente colección de porcelana china que es la tercera en el mundo después de las de Pekín y Dresde.En este patio se encuentran la Sala del Diván y la Sala del Tesoro Público que contiene una colección de armas y armaduras turcas, persas europeas y africanas, y armas de gala adornadas con piedras preciosas. 
Sin duda los más llamativos, son los que albergan los tesoros: son cuatro estancias consecutivas con un sinfín de artilugios bastante recargados de piedras y metales preciosos,  regalos que recibían los sultanes de los príncipes y emperadores del Asia y Europa, como el trono de Murat III, de oro macizo, que pesa 250 Kg. o la esmeralda de 3,26 Kg. o el famoso diamante Pigot de 58 facetas…
En esta zona nos llamó la atención los revestimientos de nácar que había en muchas puertas y ventanas. Las estancias estaban vacías o disponían de pocos muebles (nada que ver con la decoración de los palacios occidentales).
Para terminar, el Cuarto Patio esta también ajardinado y nos regalo con unas  magníficas vistas del Bósforo y el Cuerno de Oro.

Poco después nos llevaron a un típico  restaurante cerca del muelle para  comer algo y recuperarnos de las emociones que acabamos de vivir. Y desde allí embarcamos en un crucero por las aguas del Bósforo. 

Navegando.

  El estrecho del Bósforo, une al mar de Mármara con el Mar Negro, tiene unos 35 Km. De longitud y separa la parte europea de la ciudad de Estambul de la parte asiática de la misma. Estambul, es la única ciudad del mundo que tiene un pie en dos diferentes continentes. Sus aguas han sido declaradas internacionales, aunque bajo la supervisión de Turquía.
 
Desde aquí todo es contraste y magia, y más aún si nos concedemos el privilegio de navegar al atardecer por el estrecho del Bósforo en el que decrépitos palacios de madera se alternan con lujosas mansiones restauradas.
 
Según la mitología griega, el nombre del Estrecho del Bósforo tiene que ver con una de las constantes infidelidades de Zeus. El siempre infiel dios tuvo una aventura con una de sus sacerdotisas y Hera, su esposa, descubrió el asunto y montó en cólera. El esposo infiel intentó proteger a su amante convirtiéndola en vaca, pero la diosa desairada lo descubrió y envió a un tábano de gran tamaño para que atormentara eternamente la existencia de la sacerdotisa.
 
La vaca, azuzada por el insecto gigante, huyó por toda Grecia hasta llegar a un lugar donde las costas del continente y Asia se acercaban hasta casi tocarse. La vaca dio un enorme salto y se internó en Asia dejando al tábano atrás. Desde ese momento, el lugar tomó el nombre de Bósforo o Paso de la Vaca. Este estrecho, para los turcos, recibe el simple y aburrido nombre de Bogaziçi (garganta)
 
Nuestro barco estaba  anclado  del lado asiático y tuvimos que atravesar uno de los puentes más largos del mundo, el que separa Europa de Asia a más de sesenta metros de altura sobre el Bósforo.
 
Este  puente,  llamado de Gálata es  adonde comienza la zona del Cuerno de Oro, llamado así por el color dorado que toman las aguas al atardecer, que va llenando  de una delicada luz rojiza a la que fue capital del Imperio Romano de Oriente, de Bizancio y del Imperio Otomano. Iluminando  el esplendor de un pasado glorioso y un futuro de modernidad.
 
Sobre el vientre del Bósforo hay una sucesión hermosa y grave de casas  de madera, palacios, puentes y embarcaciones.
Nos llamó más la atención el tráfico fluvial que hay en la zona: todo tipo de embarcaciones, grandes pequeñas y medianas, yendo de un sitio para otro sin parar. Así es el trasiego de gente en esta peculiar ciudad.

A la altura del segundo gran puente  vimos la Fortaleza de Rumeli. Construida en tan solo 4 meses en el año 1452, y ordenada por Mehmet el Conquistador, la Fortaleza de Rumeli Hisari es uno de los mejores ejemplos de arquitectura militar del mundo.                                                                   
Aquí esta la parte más estrecha del Bósforo y en ambas orillas se levanta esta fortaleza defensiva que podía bloquear la comunicación con el mar Negro.
 
Quizás las míticas rocas simplégades que vieron pasar a Jasón y los argonautas estuvieran exactamente aquí, la fuerza de la corriente y la cantidad de peñascos existentes podrían haberles hecho pensar que las rocas se movían para aplastar su frágil embarcación.
 
 Es en este punto cuando mi prima Loli para nuestra sorpresa, con otra viajera entonó alegres  unas frases de la poesía de Espronceda  “la canción del pirata”… con  estas palabras: 
-“Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela no corta el mar sino vuela un velero bergantín. Y ve el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado a la otra Europa, y allá a su frente Estambul.”
Quedaba poco para que comenzara  a caer la tarde cuando desembarcamos en el muelle. Habíamos decidido callejear solas volviendo hacia el hotel. De nuevo en el bullicio de la ciudad, caminando  hasta el bazar  buscando el sol poniente, aparece el Estrecho de nuevo, un antiguo faro, los barcos, y la torre Gálata…

Cuenta la leyenda que, influenciado por los instrumentos voladores creados por Leonardo da Vinci, un valiente otomano que respondía al nombre Hezarfen Ahmet Çelebi, decidió en el siglo XV diseñar unas alas de madera con el fin de cumplir uno de los grandes sueños de la humanidad, el poder volar. Lleno de valor se subió a la Torre de Gálata que roza los 67 metros y lazándose al vacío consiguió planear y atravesar el Bósforo con la ayuda de los vientos hasta alcanzar Üsküdar en el lado asiático, convirtiéndose así en el primer hombre de la historia que conseguía surcar los cielos.

Aquel día  no la fuimos a visitar  por una cuestión de tiempo, solo un pequeño vistazo al cruzar el puente para recorrer el barrio de Gálata donde se instalaron los antiguos comerciantes genoveses. Pero os diré que esta torre fue construida en el año 528 para servir como faro.

Es la zona nueva de Estambul. Moderna  llena de comercios y restaurantes. Parece ser la preferida de los turistas europeos, aunque carece de la magia de la ciudad antigua. Esta torre es un excelente mirador y su visita es recomendable.
En tiempos de su construcción, era el edificio más alto y formaba parte de la ciudadela construida por los genoveses. Ha sido restaurada varias veces por ser un excelente punto de vigilancia, incluso se dice que desde aquí se podía levantar una cadena sumergida en el mar que bloqueaba el paso de las naves por el Bósforo en tiempos de guerra.

Cerca, está el puente basculante de 490 metros de longitud que se encuentra ubicado en el estuario conocido como el Cuerno de Oro, que va uniendo el viejo Estambul con la zona más moderna y constituye un puente simbólico capaz de unir diferentes culturas.

Atardece en Estambul, las gaviotas no dejan de chillar mientras atravesamos por segunda vez el puente más antiguo de esta ciudad.

Si hay magia en el mundo, está en Estambul. Si hay una metáfora de lo que significa para mí esta ciudad, sería sus orgullosos pescadores del puente Gálata a media noche. Algo único. Día y noche, incansables, siempre con su sonrisa y su cubo de peces frescos bajo sus pies. Parece que los pescadores no duermen. Una fila de ellos serpentea el puente, apartan un poco sus anzuelos cuando los barcos pasan por el Cuerno de Oro. Se hace de noche y empiezan a encender sus hogueras. Es el momento de tomar tomates, espárragos, verduras a la plancha con esos peces. Los mejores serán para venderlos en los puestos de comida al aire libre cercanos a las estaciones de los ferrys  en los restaurantes del nivel inferior.


Frente al puente de Galata, cerca del Muelle de Eminonu,  admiramos la mezquita nueva, en tonos azules y dorados es magnífica y su tamaño más reducido que el de la Mezquita Azul hace que sea íntima y acogedora y transmita una agradable sensación de paz y calidez.

Y mientras, resuena de fondo el canto inflamado de los almuédanos, leo en mi guía que hay más de dos mil templos en Estambul. Son unos minutos breves e intensos, en los que se proclaman la grandeza de Dios y a Mahoma como el mensajero, se repite cinco veces al día en la ciudad más grande de Turquía y, junto con la vestimenta de muchas mujeres, nos recuerda que la mayoría de su población es musulmana.

Tras las huellas de Agatha Christie …


Un poco mas allá regresando por el muelle, nos topamos con la  famosa Estación de Sirkeci, última o primera parada (según el sentido del viaje) del mítico Orient Express.
En su mayor auge unía París con Constantinopla (hoy en día  Estambul) modificando su trayecto según las guerras. Estaba  considerado uno de los trenes más lujosos del planeta.
 
Era frecuentado por Agatha Christie, Greta Garbo o Mata-Hari. Aunque el Orient Express ya no llega hoy hasta aquí, el romanticismo de arribar  en tren a esta legendaria estación y toparse con los alminares de Santa Sofía no tenia nada que ver con los anodinos autobuses o los modernos aeropuertos que nosotras tomamos.
 
El edificio principal se inauguró en 1890 y fue construido por un arquitecto prusiano, con un estilo arquitectónico ‘orientalista’. Esta inauguración coincidió con la prolongación del mítico Orient Express hasta Estambul... En la estación se encuentra un singular restaurante llamado precisamente Orient Express, que fue punto de encuentro de viajeros, periodistas y aventureros a partir de los años 50 cuando Occidente comenzaba a redescubrir la grandeza de Estambul.
Agatha Christie inspiró muchas de sus obras en este tren, he hizo viajar en él a personajes como Hércules Poirot. Otro ilustre viajero imaginario de tiempos más modernos, fue James Bond, testigos de excepción de la magia de viajar en el Orient Express.
Aun es pronto para regresar al hotel y decidimos  callejear  viendo tiendas y artesanías. Saco el mapa  de Estambul que la oficina de turismo nos había facilitado  de la ciudad y aun que las calles están escritas en turco es fácil orientarnos,  y mas te vale,  porque en un momento dado perdidas en ese laberinto de  callejuelas preguntamos a un guardia de la circulación la dirección del hotel, el guardia después de darle  varias vueltas al mapa, se rasca la cabeza y aturdido, no supo contestarnos, en fin, que lo conseguimos solas y sin problemas.
 
 Y es así, como un poco a la aventura  desembocamos en el bazar de las especias. Aquí se concentran todos los aromas y sabores de Estambul. –y  esta vez mi memoria me llevo  Jordania.
  Al Mercado de las Especias también se le conoce como Mercado Egipcio ya que, durante siglos, este bazar tributario de la cercana Mezquita Nueva (se construyó para sufragar el funcionamiento del templo) disfrutó del monopolio aduanero de las mercaderías que llegaban a Estambul desde El Cairo.
El Bazar, uno de los más auténticos de la ciudad, se inauguró en 1663 y pronto se especializó en la venta de especias y perfumes un comercio que estaba en manos de los comerciantes genoveses. Con planta en L, está cubierto con bóvedas de estilo otomano. En el exterior se extiende un animado mercado especializado en animales (incluidas sanguijuelas), flores y minerales  piedras semipreciosas, con algunas de las mejores tiendas de telas tradicionales de la ciudad.
Muy cerca del Mercado Egipcio, y detrás de el,  subiendo  una angosta y oscura escalera que le da mas encanto si cabe, se localiza la mezquita  Rüsten Pasa Camii en la terraza de una casa.Mezquita de los tulipanes” Con su único minarete, es otra de las obras maestras que el arquitecto Sinan dejó en la ciudad. El hecho de tener que buscar la misteriosa entrada, no para todos evidente en un simple portal con una placa a la izquierda que indica su existencia, la mezquita pasa desapercibida para muchos viajeros.

 Pese a su reducido tamaño, este edificio erigido en honor del gran visir Rüsten Pasa, primer ministro del sultán Suleimán el magnífico, se levantó en 1561 y cuenta con la particularidad de su planta octogonal, un dato que, según algunos expertos, esconde oscuros secretos esotéricos. Otra de las particularidades de esta mezquita es la calidad de los azulejos de Izmik empleados para decorar su interior, sobre todo con los diseños de los tulipanes que son originalmente de Turquía, piezas que fueron personalmente elegidas por el propio visir, que supervisó las obras.

 Una Mezquita pequeña y de carácter intimista donde es fácil  encontrarte a ti misma en el recogimiento espiritual.

En una callejuela nos topamos con el  Gran Bazar. Es el gran templo turco de las compras, nos chocó que el idioma que más escuchamos después del turco fuera el español. Debe de ser que los españoles y sudamericanos somos los que tenemos mayor afán de comprar, es un auténtico laberinto de calles llenas de tiendas de todo tipo: regalos, ropa, joyerías, artesanía.
Espectacular el color y la iluminación de los puestos de lámparas, y el brillo del oro.
 
 En su interior tiene varios caravasares y un par de mercados antiguos en los que lo único que cambia es la arquitectura, porque las tiendas siguen siendo parecidas. Después de dar muchas vueltas y de pasar varias veces por el mismo sitio, comenzamos a orientarnos ligeramente, y ya muy cansadas decidimos regresar al hotel caminando.
 Mientras caminamos por las calles de esta impactante ciudad no pudimos dejar de probar sus riquísimas baklavas (postre turco a base de masa, azúcar y nueces) y el Salep que es una bebida que se elabora con harina de orquídeas y es extremadamente deliciosa  y sobre todo la barba de dragón.

Caminando nos  dejamos perder  cerca de la gigantesca Mezquita de Süleymaniye (Solimán El Magnífico) es tarde para visitarla, pero abruma su dimensiones.  Seguimos  caminando y cerca  descubrimos  un bar para fumadores de narguiles, una librería de textos antiguos, y  una iglesia cristiana ortodoxa. Poco después nos llegaba  la música desde una cercana plaza repleta de cafés y restaurantes.  Cruzamos por  una avenida  donde circulaban los principales tranvías como parte de la postal de los templos y monumentos históricos, súper moderno, silencioso y rápido. Para cruzar la calle, hay que mirar a ambos lados y listo, se camina sobre las vías  y en cinco minutos llegamos al Hotel.

Esa noche cenamos en la terraza superior donde poco a poco  asistíamos  al inigualable espectáculo de un crepúsculo, mitad europeo, mitad asiático, que difuminaba  el perfil de los numerosos palacios y mezquitas hasta convertirlos en sombras agazapadas que naufragaban en medio de un embrujo inequívocamente oriental.
 
Después de nuestra larga caminata por Estambul  te das cuenta que es una ciudad para vivirla, y admirar los innumerables puntos que la metrópoli pone a tu disposición. La historia de sus calles, barrios, templos, mezquitas y palacios alimenta la vida de esta ciudad y de sus gentes que se abren al futuro, mientras los atardeceres sobre el Bósforo siguen alumbrando con la misma luz de los siglos pasados las orillas de este Estambul. Poco a poco las orillas del Bósforo se llenaban  de una delicada luz rojiza que iluminaba  a la que fue capital del Imperio Romano de Oriente, de Bizancio y del Imperio Otomano, mostrando el esplendor de un pasado glorioso y un futuro de modernidad

San Salvador en Chora

A la mañana siguiente el guía nos recogió en el hotel, teníamos previsto visitar en primer lugar la iglesia  de San Salvador en Chora.  El edificio actual, que data del siglo XI, alberga una de las mejores colecciones de mosaicos y frescos del mundo, creados por un grupo de maestros anónimos.    

Nos cuentan que originalmente existió aquí un monasterio que se fundó en el siglo IV en una acrópolis y en el lugar donde se encontraron las reliquias de San Babilas. La iglesia del monasterio estaba consagrada a Cristo con el nombre de Iglesia del Sagrado Salvador en Chora, Chora se refiere a que estaba situada a extramuros de la muralla de Constantino, en el campo, en el extrarradio. Justiniano I empezó a reconstruir la Iglesia alrededor del año 536.
Esta impresionante decoración interior fue realizada entre 1312 y 1321. Los mosaicos son uno de los mejores ejemplos del Renacimiento Paleólogo. Los artistas siguen siendo desconocidos. Está considerada como uno de los más bellos ejemplos de Iglesia bizantina que pueda contemplarse en la actualidad.

Los graciosos movimientos de los personajes dan a sus representaciones una ligereza y elegancia incomparable, por otro lado subrayadas por una fresca coloración. Las representaciones están cargadas de realismo alejándose del estatismo y presentan un abanico cromático... espectacular !
 
Poco después, encaminamos nuestros  pasos hasta Eyüp. Había leído que está considerado el barrio musulmán más auténtico y fiel a las tradiciones. Este  fue el único barrio donde otras minorías religiosas ,antaño, no tenían permiso para residir. Un territorio sagrado para el Islam cuyo epicentro es la mezquita que le da nombre, y es así como nos encontramos con  una mezquita, un cementerio y un té en el Café Pierre Loti. Os cuento:

Esta mezquita Eyüp  se encuentra en  el barrio islámico más conservador de Estambul. El motivo de tal devoción es la tumba de Abbu Ayyub al-Ansari, ayudante de Mahoma.  Fue de las que me calaron más hondo. No por su arquitectura porque no es de las más grandes ni deslumbrantes de la ciudad, sino por el fervor religioso que la envuelve. Y es que esta mezquita ocupa el cuarto lugar en la jerarquía de espacios sagrados del Islam después de La Meca, de Medina y de la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén,  por tanto es un veneradísimo enclave que atrae a numerosos peregrinos y el ambiente que se respira es muy distinto al que se puede ver en el centro de la ciudad.
 
En las mezquitas, hombres y mujeres no comparten espacio, Loli y yo nos pusimos un pañuelo que nos cubría la cabeza y los hombros y nos sentamos en el suelo como el resto de mujeres y me dispuse a mirar discretamente. Le dedico tiempo al balcón del sultán y a esas lámparas enormes y circulares que cuelgan del techo y caen casi hasta la altura de los hombres más altos, en ellas hay unos vasos para el incienso que atenuaban los olores que desprenden la materia y los cuerpos.
 El imán se puso a recitar algo y todos escuchaban extasiados. No entendía lo que decía, pero aún así fue un momento sobrecogedor.

La espiritualidad que emana es difícil de explicar con palabras. Decenas de mujeres orando en el gran patio central, hombres entregados al ritual de la ablución para desembarazarse del estado de impureza, niños vestidos de blanco que parecen sacados de un cuento de las mil y una noches y que acuden con sus familias para celebrar el día de su circuncisión, es imposible no asociarlos mentalmente a los almirantitos que reciben la primera comunión por nuestros lares.


 Y rezos y más rezos resonando en cualquier rincón. Letanías que captaban mis oídos pero que mi mente occidental no alcanzaba a comprender.
 
Ya atrapadas  a lazo en el barrio de  Eyup, traspasamos algunas calles, plazas  y el cementerio que discurre a lo largo de la colina. Entre cipreses, algarrobos y castaños, nos parábamos cada dos por tres ante las lápidas y tumbas que se desparraman ladera abajo.  la cálida luz de Estambul colándose por las ramas de los árboles nos dejaba  ver retazos del Cuerno de Oro, una mujer de avanzada edad leyendo sentada sobre una tumba para compartir unos minutos con sus seres queridos… La vida y la muerte dándose la mano, un rostro más de la mágica Estambul.


Y fuimos subiendo el cerro  hasta el  mirador de Pierre Loti. La fama de este mirador es bien merecida: las vistas del Cuerno de Oro enmarcado por la colosal urbe  son únicas. La terraza del Café Pierre Loti, uno de los más frecuentados de la ciudad es en mi opinión uno de los rincones más encantadores. Comprendí porqué el novelista y aventurero francés Julien Viaud, conocido con el seudónimo de Pierre Loti, "Loti", rosa en tahitiano, acudía hasta aquí en busca del favor de las musas.

Pero volvamos  al lugar de la magia, con una preciosa historia de amor que leí mientras veíamos las preciosas vistas.  Por el año 1876 el marino Francés  Loti, solía frecuentar este café de  Estambul para inspirarse en sus novelas. Desembarcó aquí, como oficial de la flota francesa.  Fue  donde conoció a una mujer turca y se enamoró de ella. Para poder verse en secreto, ya que ella era casada, se encontraban en el cementerio que hay subiendo esta colina. El se embarcó y años después cuando volvió ella había fallecido. Las memorias y vivencias de este amor las reflejó en su novela Aziyadé.

Pasear por estos lugares  es pasear fuera del tiempo, con  jardines gratamente desordenados, donde la obra del hombre se confunde con la de la naturaleza. Rincón  que aun recuerda a militares o escritores como Chateaubriand Cervantes.
                                                                                                                               
Como ya era la hora de comer el guía nos llevo colina abajo en un restaurante cerca del centro. Cansadas y hambrientas dimos buena cuenta del almuerzo en compañía de nuestro grupo.

Poco después nos dirigimos hacia la Mezquita Azul y Santa Sofía.
La plaza del Sultan Ahmet es un espacio único, la joya de Estambul. Allí se concentran varios de los edificios más relevantes de Turquía e incluso del mundo.

Justo enfrente de Santa Sofía se encuentra la Mezquita Azul, una monumental construcción cuya extraordinaria belleza se debe a que el sultán que la mandó levantar ordenó que en ningún caso fuera inferior en esplendor a Santa Sofía. La Mezquita Azul es tan hermosa que su diseño y construcción tuvieron que ser revisados a la baja pues rivalizaba con la de Al-Haram en La Meca, dándose la circunstancia de que en algunos aspectos superaba en prodigios a aquella, la mezquita más sagrada, el santuario del Islam allí en la ciudad natal de Mahoma.
Su silueta, única con seis minaretes, es fotografiada desde todos los ángulos posibles.
Entramos en el patio donde varios hombres realizan sus abluciones antes de orar. Llamo la atención de esta cronista el señor de barba oscura que cuelga su abrigo en la pared larguísima, con una cantidad de canillas y asientos de mármol difíciles de contar. Elige uno al azar y se lava tres veces cada brazo hasta el codo, la boca, la cara, las orejas, la coronilla, la nuca y los pies, sin dejar de rezar. Terminado el ritual, se pone dos pares de medias sobre los pies mojados y entra sin zapatos, como todos

Pudimos admirar la majestuosidad del interior con todas esas sucesiones de cúpulas sujetándose a sí mismas, y las descomunales columnas sosteniéndolo todo. Es una maravilla en cuanto a iluminación se refiere. Miles de lámparas colgando del techo complementan la luz natural que se filtra a través de celosías y vidrieras.

La razón del apodo de la mezquita no genera dudas para nadie, porque el interior está recubierto por más de 21.000 azulejos con predominio del azul. Las dimensiones impactan también, con una nave central que es casi un cuadrado de 51 por 53 metros, y una cúpula de 23 metros de diámetro y 43 metros de altura. Al no permitir representar imágenes, en el mundo musulmán se desarrolló el arte de tejer alfombras. Y como en las incontables mezquitas de Estambul guarda un ambiente muy íntimo, el silencio se siente espeso en el interior. Separada por celosías, hay una zona reservada para la oración de las mujeres.

Un icono conduce al otro. Enfrentada a la Mezquita Azul, se encuentra el otro gran símbolo de Estambul: Santa Sofía. Era la iglesia más grande hasta que fue superada en tamaño por la Basílica de San Pedro, en el Vaticano.  Pero antes hay que atravesar el espacio que las separa, el antiguo Hipódromo, o lo que quedaba de el.
 

El Hipódromo

Una vez oí que caminar por Estambul era caminar sobre capas y capas de historia. El suelo de Estambul esconde cisternas, bibliotecas, mazmorras ciudades enteras enterradas, apiladas como ladrillos. Por eso hoy entre la mezquita azul y la de Santa Sofía ya no se interponen las gradas del viejo hipódromo. Quedaron enterradas a 2 metros bajo tierra. Ya no se oye la algarabía ni los alaridos de los seguidores de las carreras de cuadrigas, luchas de gladiadores, o  pruebas de atletismo y manifestaciones públicas. Ahora la música de fondo es la del muecín cuando llama a la oración, la de los vendedores de postales, o la del taconeo incesante de los miles de turistas que cada día llenan esta  plaza  llamada de Sultán Ahmet.

 Hoy cuesta imaginar al Hipódromo Romano entre lo que queda de sus reliquias griegas y egipcias. Otrora  era el centro de la vida social de Bizancio.  Tenía forma rectangular y casi 480 metros de largo por 120 metros de ancho. En otras palabras, después del Circus Maximus de Roma, este era el segundo hipódromo más grande del mundo. El primer hipódromo lo construyó en el año 202 el emperador Septimio Severo y Constantino el Grande lo engrandeció.

Se dice que en el lugar que ahora ocupa la Mezquita Azul se situaba el palco imperial que, a su vez, comunicaba de manera directa con palacio… El espacio del hipódromo fue rellenándose con los escombros de la construcción de la mezquita y edificios colindantes, enterrándolo bajo 2 metros y la plaza ocupa su emplazamiento. …Hoy me cuesta imaginarlo.

 Del antiguo Hipódromo bizantino hoy apenas quedan algunos elementos de la antigua espina (muro decorado que dividía la pista de carreras en dos). En el extremo sur se encuentra la Columna de Constantino, un obelisco de factura tosca que contrasta con el  otro magnífico Obelisco de Tutmosis III. Hoy con sus 3500 años  sus 40 metros de altura y  sus jeroglíficos intactos siguen en pie.

 El obelisco fue construido durante el reinado del faraón egipcio (1549-1503 antes de Cristo)  y se erigía en la ciudad de Luxor. Se trasladó a Constantinopla por orden de Constantino el Grande (Siglo IV), En la actualidad, el monumento descansa sobre un cubo de mármol blanco donde se representa (de manera bastante mediocre, por cierto) al emperador y su familia entregando la corona de vencedor a varios campeones de carreras de caballos.

Entre ambos monumentos se encuentra la Columna Serpentina. En su origen decoraba el mismísimo templo de Apolo en la ciudad de Delfos en conmemoración de la victoria de las tropas atenienses sobre los persas en Platea. Allí permaneció durante 800 años hasta que el emperador Constantino el Grande la mandó trasladar en el año 324.  

 Representando a tres serpientes entrelazadas, la columna simbolizaba la unión de las ciudades griegas para enfrentarse al invasor...  En su origen, la columna estaba coronada por tres cabezas de serpiente que sostenían un jarrón de oro. Hoy, una de estas cabezas se encuentra en el Museo Arqueológico. Decorando el hipódromo había una imponente cuadriga de bronce que fue robada por los cruzados venecianos en el saqueo de Constantinopla de 1254, años después los caballos se pusieron en la Catedral de San Marcos donde permanecen aun.

Santa Sofía. (Capitulo dedicado a mi hermano Philippe)
 
Ahora vamos a conocer Santa Sofía, la auténtica joya de la ciudad. Construida durante el reinado del cruel emperador Justiniano (siglo VI d.C.) está considerada como la mayor muestra del arte bizantino. Si el exterior nos sorprende, el interior nos fascina ¡

Un inmenso espacio abierto bajo la cúpula que sujetan grandes columnas se ilumina dando reflejos dorados por todas partes.

Dedicada a la santa sabiduría de Dios (del griego Sofía, sabiduría), fue la catedral bizantina oriental de Constantinopla hasta la conquista del Imperio Otomano, con un paréntesis católico entre 1204 y 1261 durante el patriarcado del Imperio Latino fundado por los Cruzados cuando fue la iglesia del Papa. En 1453 empezó a funcionar como mezquita y se taparon las imágenes cristianas.

En lo alto de la puerta de entrada se encuentra un extraordinario Pantocrátor en mosaico y al pasar bajo él, Loli y yo nos encontramos con la imponente cúpula que corona Santa Sofía.

El templo reúne pinturas originales, y la cúpula de 31 metros de diámetro. Hasta el Renacimiento italiano ningún arquitecto supo emular la grandeza de esta cúpula  que se construyó en un tiempo récord y bajo presión y amenazas de un ambicioso emperador. El  enorme andamio que ocupa hoy afea un tanto la visión del conjunto: afortunadamente pudimos observar completa la famosa cúpula que según todos los tratados de historia “parece que flota”.

Cuando la zona comenzaba a llenarse subimos a la galería del primer piso. Allí pudimos observar los famosos mosaicos y el mármol que reviste la estancia. Desde arriba se obtiene mejor la sensación de grandeza del edificio (a pesar del dichoso andamio). Los pasillos y escaleras de acceso al primer piso son una perfecta simbiosis de bizancio y el Islam. Nada está fuera de lugar, el color verde y el dorado nos acompañan hasta los antiguos iconos.

Columnas inclinadas, suelos de mármol rajados por el paso de los siglos y algunos terremotos, medallones gigantes en árabe y la recuperación de los mosaicos bizantinos más famosos del planeta. “Cristo en el medio, San Juan Bautista a la derecha y la Virgen María a la izquierda. Siglo XIII”, se lee en la pared del Cristo Pantocrátor, una obra que nadie se quiere perder.
 

Todas las paredes de la iglesia de Santa Sofía, excepto los incluidos en mármol han sido decoradas con mosaicos de gran belleza. Oro, plata, cristal, terracota y piedras de colores se han utilizado para hacerlos. Los mosaicos de origen vegetal y geométricos son del siglo sexto, mientras que los mosaicos con figuras datan del período iconoclasta.

También en esta segunda planta, se encuentran los mosaicos del emperador Constantino y la emperatriz Zoe adorando a Cristo.
 Antes de bajar, se descubre ¡un graffiti vikingo del siglo IX!
 



A  Finales del siglo IX, un vikingo llamado Halvdan perteneciente a la Guardia varega, unidad de élite del emperador bizantino Basilio II, está en la antigua basílica ortodoxa de Santa Sofía. Allí graba su nombre en alfabeto rúnico en el mármol de la balaustrada del piso superior de la galería sur. Un acto de vandalismo que ahora con el paso del tiempo, más de mil años después, se conserva como una reliquia del pasado.

Salimos de Santa Sofía con la sensación de haber cumplido un sueño. Fuera    volvemos a contemplar  la lluvia otra vez, y es cuando volvemos la  mirada hacia la historia en los reflejos de los charcos de este casco histórico, y  como decía algún poeta, magia o no, el otoño e invierno es perfecto para fotografiar  Estambul.

La Cisterna de la  Basílica.  
Tomando  camino hacia el  hotel  nos topamos con la Cisterna de la  Basílica. Entonces surge una visita que supera las expectativas. Se  tiene acceso hacia el interior del edificio por medio de una escalera de 52 peldaños de piedra.
 
Vamos a las profundidades.
 
La Cisterna de Yerebatan o de la Basílica es una de las numerosas reservas de agua que tenía la ciudad. Dicen que es la más grande de las 60 cisternas construidas bajo Estambul durante la época bizantina. Tiene su origen en una antigua basílica edificada con anterioridad en el mismo emplazamiento.

Al recorrer las pasarelas de este enorme recinto, oscuro y húmedo lleno de enormes peces, no es difícil mojarse allí adentro. Parecería lúgubre si no fuese por los enormes focos naranjas que iluminan las columnas y que dan la sensación de estar en un mundo acuático mágicos, donde sin lugar a dudas debió de habitar alguna criatura mítica.
 
Se comprende por qué le dicen “el palacio sumergido”. Impacta con sus 336 columnas lanzándose hacia el cielo en el agua. Los capiteles tan variados como las columnas, 98 del estilo corintio y una parte imponente reflejan en el agua el estilo dorico. La fecha de  construcción siglo VI d.C. En tiempos del emperador Justiniano la cisterna de 9800 m² en total  tenia una capacidad de almacenar aproximadamente 100.000 toneladas de agua que podía recibir de los bosques de Belgrado, a 19 Km. de Constantinopla y a través de numerosos acueductos.

Y cuando parecían agotadas las sorpresas aquí abajo, aparecen dos columnas con unas cabezas de Medusa,  el ser mitológico que convertía en piedra a quien mirara, invertidas como base. Una boca abajo y la otra de lado. Quizás para que de alguna forma ocultar el pasado, enterrando el paganismo en el fondo de la cisterna. O quizás, como dicen algunas malas lenguas, que las cabezas de Medusa fueran colocadas al revés o de lado  para no petrificar a la gente. Sea como fuere es mejor evitar mirar la medusa a los ojos.

Ni que decir tiene que destacan como dos ejemplos maravillosos en la escultura de la Época Romana y aun que no se sabe de donde se sacaron se piensa que  probablemente de algunas ruinas circundantes.  Para darle más misterio al lugar, la poca iluminación que contiene se acompaña de una sugerente música ambiental. 
Son las siete de la tarde y el sol cae por detrás de la mezquita Azul: es el momento en el que el aire se llena de cantos de muecines que llaman a la oración. El ayuno  ha terminado por hoy, y Estambul la vieja capital del mundo, se llena de bullicio y olor a comida que sale de los chiringuitos montados alrededor del hipódromo romano.

Acaba un día más de Ramadán en la ciudad de las mil mezquitas, es hora de volver al hotel.



A la mañana siguiente teníamos previsto hacer el recorrido de la zona de ORTAKÖY.

 Ortaköy es un barrio mágico, centro de reunión de artistas, bohemios y estudiantes. Un antiguo barrio de pescadores ubicado  en la costa izquierda del Bósforo, muy cerca del gran puente que une Europa y Asia. Tiene unas bonitas casas junto al embarcadero y una mezquita a pie de mar preciosa. Se puede llegar por tierra o por mar y es el lugar ideal para pasear por la ribera del Bósforo escuchando a las gaviotas.
 
 Ubicado en la parte europea de Estambul  el barrio es pequeñito pero con unas vistas muy especiales. Está lleno de terrazas y tiendas de artesanía, libros antiguos, y  preciosos cuadros pintados a mano o el típico amuleto del ojo azul turco. También hay muchos restaurantes donde disfrutar de la estupenda comida turca. Y callejuelas con casas de colores.
 

Gatos ¡…Muchos gatos, decenas, cientos y miles. Por todas partes hay gatos. Más feos, más bonitos, de todos los colores, tamaños y formas que busques.

Es una de las cosas que más me había llamado la atención, toda esa cantidad de gatos callejeros que había en Estambul y por toda Turquia.
 Los podíamos ver disfrutando del sol en los tejados, bordeando edificios con su característica elegancia, en escaparates de tiendas camuflándose entre los productos, sin duda, Estambul queda nombrada la ciudad de los gatos. Nadie les hace daño, se pasean como auténticos reyes. Viven en tiendas, en la calle, en los pisos, en donde les da la gana, puedo asegurar que Estambul debe tener tantos gatos como tiene gente. Es algo fuera de lo común.
 
Cuando uno está callejeando por la ciudad a veces uno se siente como si la patrona de la antigua Constantinopla fuera Gatúbela porque simplemente era impresionante .
 
Ahora recuerdo haciendo un recorrido por mi memoria como en la primera mezquita que visitamos situada en una calle tranquila y silenciosa, un gato perezoso nos guiñaba el ojo al sol mientras parecía controlar la entrada de turistas al edificio. En los bancos de madera situados frente a la Mezquita Azul, dos gatos de pelo dorado hacían la siesta ajenos al trajinar de visitantes.
 
 En la estación Sirkeci, donde una vez llegara el Orient Express, un gato atento parecía controlar el ir y venir de los trenes, y uno en busca de caricias vigilaba la entrada al Gran Bazar desde la mezquita de Nuruosmaniye. En el bazar, había alguno que otro que corría huidizo en los hans del fondo, donde en tiempos de las grandes rutas comerciales se almacenaban mercancías y donde hoy parecen no pasar las horas, y en el mercado de libros antiguos algunos hacían la siesta.  Había gatos privilegiados en el palacio Dolmabahce, donde un día residió Ataturk, y en el jardín  del palacio Topkapi   venían buscando las golosina que les daba mi prima  Loli.
 
No hay duda los gatos reciben mimos y reverencias. Es así  como  la gente de Estambul de forma anónima suele alimentar a los gatos callejeros, los cuales incluso reciben los parabienes de parte del gobierno local, que ha colocado pequeñas casas de madera que les sirven de refugio.

 

Es grato de verlos. Inclusive nos sucedió que entramos a una tienda y dentro nos encontramos dos gatitos recién nacidos entre los percheros de ropa.

 
Me llamó tanto la atención que ya había empezado a hacer hipótesis sobre la relación entre estos animales y el Islam. Y como  simplemente no me podía quedar con la curiosidad  me di a la tarea de investigar un poco sobre la relación del Islam y estos animalillos que yo tanto quiero .
Había que resolver el misterio. Asi que un amable turco nos conto que el gato es un animal muy respetado por el Islam porque existe una leyenda que dice que Mahoma tenía una gata llamada Muezza; un día la dulce minina se quedo plácidamente dormida sobre la túnica de su dueño. Mahoma no queriendo molestarla, corto con una tijera su túnica para que la gata siguiera durmiendo mientras el iba a realizar sus tareas, a su regreso la gata recibió al profeta con manifiesta alegría, algo que emocionó a Mahoma que otorgó a todos los gatos la gracia de caer de pie y de entrar en el paraíso. Se podría decir que los gatos son una parte más del encanto de la ciudad, unos animales que parecen guardar toda la pureza y belleza del alma de Estambul.
Pero sobre todo, este barrio alberga  también  una de las pocas mezquitas barrocas del mundo, recientemente restaurada, pequeñita pero grande en encanto.
Y así es como, entre tanto gato tanta artesanía y tanto puestito callejeros que llegamos  a la Mezquita de Ortakoy.
 
Nadie me había dicho que era tan bonita, y tan fascinante…Nos ataviamos con nuestros pañuelos, nos descalzamos, y entramos.
 
 Mezquita de Ortakoy...
En su interior, cualquier detalle es un objeto de contemplación; me fije en la pared, la cúpula, en la gente que se abría paso sobre la alfombra, y, en ese momento, no me pregunte el origen de la estructura, porque  aprendí que estas construcciones tiene un lenguaje común que sólo se oye en el silencio.


Su belleza se basa en el perfecto mimetismo con el que encaja en el entorno privilegiado formado por la combinación del Bósforo y el puente que comunica ambas orillas, fue construida en el siglo XVIII, y constituye una de esas postales que se lleva en el corazón cuando uno visita la ciudad, es mi mezquita favorita de Estambul. Como curiosidad decir que en las proximidades, desembarcaron los judíos españoles que fueron expatriados contra su voluntad por los edictos reyes católicos en el año 1492, y que fueron recibidos en persona por el Sultán otomano Beyazid II.

Quizás es la mezquita más bella del mundo.
Poco después volvimos hacia el centro de Estambul, pasando por el mercado de pescado, y la tumba de Barba roja.

A solo unos metros, en el último muelle, se concentraba la vida. Cafeterías, Jóvenes de aspecto moderno y actual,  mujeres veladas, pescadores, fruteros.

Me llamo la atención el griterío.
Gritan los pescadores convertidos en pescaderos, ofreciendo los productos recién pescados. Gritan los compradores, intentando llegar a un acuerdo. Hasta las gaviotas, centenares de ellas, gritan exigiendo parte de los pescados y mariscos que se acumulan en las decenas de puestos. Apenas unas cajas en las que reposan pulpos, salmonetes, morenas, gallos, gambas, calamares, sepias… Y unas balanzas. No hace falta nada más para vender pescado en este muelle que bordea el Bosforo.

 Algunos exponen su captura del día en el suelo, sobre una sábana blanca. Los más afortunados disfrutan del frescor de una sombrilla de propaganda que parece a punto de desplomarse  por la edad. El pescado brilla bajo el sol. Algunos peces, aún vivos, mueven las aletas, abren y cierran las agallas buscando aún el oxígeno del agua. La mayoría de los que curiosean entre los puestos son hombres. Ellos hacen la compra, discuten los precios, miran a los ojos a los pescados buscando la garantía de que hace apenas unos minutos todavía estaban en el agua.

 Los hombres del mar, en cuclillas frente a sus puestos, destripan, desescaman, limpian, sus productos con una destreza que no se corresponde con sus romos y viejos cuchillos, mates por el uso, mil veces afilados. No hablan. No miran. Solo trabajan. Lanzan los desechos al aire. Las gaviotas los agarran al vuelo, algunas se pelean por los trozos más suculentos de tripas.

 Otra de las sorpresas con las que nos topamos en Estambul: la tumba de Barbarroja situada a las orillas del Bósforo y también con el monumento en su honor que representa la proa de un navío en una bonita plaza, todo ello junto al museo marítimo de Estambul. 
 
Sin embargo muchos pasan de largo sin saber que en el edificio octogonal rodeado por un pequeño cementerio está el sarcófago del más grande marino del Imperio Otomano. El celebre almirante Barbarroja que sirvió a las órdenes del sultán Soleiman, aunque también realizó frecuentes acciones de corsario junto a su hermano, de ahí que sea más conocido dentro de las naciones cristianas con el nombre de Pirata Barbarroja. Fue responsable de implantar el dominio otomano de las aguas del Mediterráneo, hasta la derrota imperial en la batalla de Lepanto.

En 1533, Barbarroja fue nombrado por Suleimán Almirante en Jefe de la flota otomana, y unió sus fuerzas con las del rey de Francia Francisco I para desencadenar una contundente ofensiva contra Carlos V siendo una pesadilla para el imperio español y para los demás estados cristianos de su tiempo.
 Llego a la Costa Brava pertrechado con 20 galeras, según un citado documento, y bombardearon Palamós con su artillería, lo que hizo huir a la mayoría de sus habitantes. También  participó en el traslado de mudéjares desde Andalucía hasta el Norte de África con un total de 70.000. Sólo la paz de Crépy, concertada entre Francia y España en 1544, puso freno a sus ataques. En sus últimos años, se retiró a Estambul para disfrutar de su palacio a orillas del Bósforo y aquí  murió en 1546. 
Así es como fuimos llegando al hotel en nuestro último día por Turquía.

El viaje termina. Durante unos días hemos hecho un recorrido por  las diferentes tradiciones de años y años que siguen en pie, mientras  los llamados para rezar en las miles de mezquitas resonaban  a toda hora.
Hoy en día, Estambul es el centro económico de la República de Turquía. Un continuo desfile de petroleros y barcos mercantes cruza a diario las aguas del Bósforo. La población continúa creciendo, la ciudad se hace más grande, más intensa a cada momento. La historia de sus calles, barrios, templos, mezquitas y palacios alimenta la vida de una ciudad y de una gente que se abre al futuro, mientras los atardeceres sobre el Bósforo siguen alumbrando con la misma luz  de los siglos pasados las orillas de Estambul.

No resulta fácil sustraerse al ambiente de Estambul -una ciudad que invita a deambular por sus calles repletas de una multitud abigarrada, de vendedores cargados con todo lo imaginable, de un caos embriagador y de un misterio insondable,  y  la imagen de la ciudad dorándose por el ocaso sobre el Cuerno de Oro…  pero vale la pena hacerlo.

1 comentario:

Wilson dijo...

Es difícil no acordarse de un blog tan especial como el tuyo me ha abierto al mundo de los grandes viajes de principio de siglo.


Wilson