Al amanecer desde una atmósfera levemente brumosa, observábamos desde la terraza del hotel la gaviotas gritonas del bósforo planear sobre la
mezquita azul.
Las luces de
las farolas se iban apagando, dejando
una semi-sombra sobre los adoquines brillantes de las aceras.
En el silencio nos sorprendió la llamada del
muecín del alba.
Y como si de una señal se tratara, poco a poco la ciudad se fue
desperezando.
Las ruedas del tranvía golpeaban sus
bordes de metal sobre los rieles anunciando la llegada del día. Los candados se
empezaban a escuchar, no sabia yo si estarían cerrando o abriendo, y las voces rebotaban entre murallas que
escondían secretos difíciles de guardar.
Estábamos viendo
despertar la ciudad con un pasado tan
intenso y repleto de historia, que ha necesitado tres nombres, Bizancio,
Constantinopla y Estambul para poder
resumir todo lo que ella ha significado para la humanidad.
Se la llamó 'la ciudad de las mil mezquitas', un sobrenombre
ciertamente apropiado para esta inmensa urbe cuya silueta es un bosque de
minaretes de todos los tamaños.Era nuestra última hora en Estambul antes de regresar a casa y ya en el auto, de regreso hacia el aeropuerto, la nostalgia nos rondaba en un sentimiento profundo, una melancolía que quemaba por dentro, un lamento que sólo se puede expresar en turco y que muchos poetas quisieron atrapar entre sus páginas.
Los taxistas locales, envueltos por su tráfico infernal, siempre lo decían: “Odio Estambul, pero es la ciudad más hermosa del mundo”.
Aun recuerdo nuestra llegada a la Anatolia central una semana antes par recorrer Turquía, donde caminamos por los mágicos escenarios de conquistas, en la tierras de héroes, como la mítica Troya, anónimos eremitas, místicos visionarios, y tierra de paso de caravanas que seguían la Ruta de la Seda.( Escrito en este mismo blog)
Era ya de noche y llovía cuando llegamos a Estambul. Vimos, al bajar por la pasarela del avión que caía una lluvia intensa que desdibujaba el paisaje y borraba el horizonte. La fuerza del agua golpeaba la pista de aterrizaje por la que teníamos que caminar hasta la Terminal. Estábamos completamente empapadas, cansadas, hambrientas y con bastante frió. Nos repartieron por los hoteles, cenamos y hasta la mañana
Nuestro hotel el “ Zurich de Estambul ” está muy bien situado, apenas 10 minutos del gran bazar. Pero, tal vez, esto sea lo único bueno del hotel. Por las noches se oía el ruido de la discoteca, y como era época de ramadan los comedores eran un desbarajuste ya que con sus dos restaurantes, uno en la terraza y otro en el halle, nunca sabíamos donde nos correspondía cenar esa noche, así que, nuestra particular odisea era de un restaurante a otro subiendo o bajando escaleras con el consabido enfado que eso nos proporcionaba. A mi modo de ver este hotel es a evitar.
Lo mejor ¡…la azotea, y las vistas de la ciudad por la noche, con las mezquitas iluminadas.
Éramos pocos los viajeros de nuestro grupo que se alojaba en este hotel y en esa primera mañana un autocar vino a buscarnos para hacer el recorrido por la ciudad.
Estratégicamente, situada entre dos continentes, Estambul es un abrazo sempiterno entre Oriente y Occidente, entre Europa y Asia, bailando en perpetua armonía. No siempre ha sido así. La capital turca ha vivido una convulsa historia, al ser una de las localizaciones más codiciadas por los poderes dominantes de la historia.
Todo en Estambul es
contraste desde el luminoso interior de
la mezquita Azul hasta los fascinantes mosaicos de San Salvador de Chora, o la aventura que evoca la vieja estación del
Orient Express, hasta, los recónditos cafés o los bellos capiteles corintios,
casi secretos, de la cisterna de Justiniano.
Y envolviendo todo esto,
el llamado desde las mezquitas de los Imanes
que resuenan en toda la ciudad
como una melodía que llega a ponerte la piel de gallina. Así que el primer día, acompañadas por nuestro grupo de viaje, nos llevaron:Al palacio Topkapi.
El Harem es una sala preciosa, donde podían
entrar sólo el sultán, sus hijos y sus mujeres. De hecho la palabra
"harem" en arabo significa prohibido .Una vez hubimos
finalizado la visita del harén, comenzamos a ver la enorme sucesión de
pabellones que hay en el interior del recinto del palacio.
Curiosas las cocinas imperiales, con
grandes salas que actualmente albergan una sorprendente colección de porcelana
china que es la tercera en el mundo después de las de Pekín y Dresde.En este patio se encuentran
la Sala del Diván y
la Sala del Tesoro Público que contiene una colección de armas
y armaduras turcas, persas europeas y africanas, y armas de gala adornadas con
piedras preciosas.
Sin duda los más llamativos, son los que albergan los tesoros: son
cuatro estancias consecutivas con un sinfín de artilugios bastante recargados
de piedras y metales preciosos, regalos que
recibían los sultanes de los príncipes y emperadores del Asia y Europa, como el
trono de Murat III, de oro macizo, que pesa 250 Kg . o la esmeralda de 3,26 Kg . o el famoso diamante
Pigot de 58 facetas…
En esta zona nos llamó la atención los revestimientos de nácar
que había en muchas puertas y ventanas. Las estancias estaban vacías o
disponían de pocos muebles (nada que ver con la decoración de los palacios
occidentales).Para terminar, el Cuarto Patio esta también ajardinado y nos regalo con unas magníficas vistas del Bósforo y el Cuerno de Oro.
Poco después nos llevaron a un típico restaurante cerca del muelle para comer algo y recuperarnos de las emociones que acabamos de vivir. Y desde allí embarcamos en un crucero por las aguas del Bósforo.
Navegando.
El estrecho del Bósforo, une al mar de Mármara con el Mar Negro,
tiene unos 35
Km . De
longitud y separa la parte europea de la ciudad de Estambul de la parte
asiática de la misma. Estambul, es la única ciudad del mundo que tiene un pie
en dos diferentes continentes. Sus aguas han sido declaradas internacionales,
aunque bajo la supervisión de Turquía.
Desde aquí todo es
contraste y magia, y más aún si nos concedemos el privilegio de navegar al
atardecer por el estrecho del Bósforo en el que decrépitos palacios de madera se alternan con lujosas mansiones
restauradas.
Según la mitología griega, el nombre del Estrecho del Bósforo
tiene que ver con una de las constantes infidelidades de Zeus. El siempre
infiel dios tuvo una aventura con una de sus sacerdotisas y Hera, su esposa,
descubrió el asunto y montó en cólera. El esposo infiel intentó proteger a su
amante convirtiéndola en vaca, pero la diosa desairada lo descubrió y envió a
un tábano de gran tamaño para que atormentara eternamente la existencia de la
sacerdotisa.
La vaca, azuzada por el insecto gigante, huyó por toda Grecia
hasta llegar a un lugar donde las costas del continente y Asia se acercaban
hasta casi tocarse. La vaca dio un enorme salto y se internó en Asia dejando al
tábano atrás. Desde ese momento, el lugar tomó el nombre de Bósforo o Paso
de la Vaca. Este estrecho, para los turcos, recibe el simple y aburrido
nombre de Bogaziçi (garganta)
Sobre el
vientre del Bósforo hay una sucesión hermosa y grave de casas de madera, palacios, puentes y embarcaciones.
Nos llamó más la atención el tráfico
fluvial que hay en la zona: todo tipo de embarcaciones, grandes pequeñas y
medianas, yendo de un sitio para otro sin parar. Así es el trasiego de gente en
esta peculiar ciudad.
A la altura del segundo gran puente vimos la Fortaleza de Rumeli. Construida en tan solo 4 meses en el
año 1452, y ordenada por Mehmet el Conquistador, la Fortaleza de Rumeli
Hisari es uno de los mejores ejemplos de arquitectura militar del
mundo.
Aquí
esta la parte más estrecha del Bósforo y en ambas orillas se
levanta esta fortaleza defensiva que podía bloquear la comunicación con el mar
Negro.
Quizás las míticas rocas simplégades que vieron pasar a Jasón y los argonautas
estuvieran exactamente aquí, la fuerza de la corriente y la cantidad de
peñascos existentes podrían haberles hecho pensar que las rocas se movían para
aplastar su frágil embarcación.
Es en este
punto cuando mi prima Loli para nuestra sorpresa, con otra viajera entonó
alegres unas frases de la poesía de Espronceda “la canción del pirata”…
con estas palabras:
-“Con
diez cañones por banda, viento en popa a toda vela no corta el mar sino vuela
un velero bergantín. Y ve el capitán pirata, cantando alegre en la
popa, Asia a un lado a la otra Europa, y allá a su frente Estambul.”
Quedaba poco para que comenzara a caer la tarde cuando desembarcamos en el
muelle. Habíamos decidido callejear solas volviendo hacia el hotel. De nuevo en
el bullicio de la ciudad, caminando
hasta el bazar buscando el sol
poniente, aparece el Estrecho de nuevo, un antiguo faro, los barcos, y la torre
Gálata…
Cuenta la leyenda que, influenciado por los instrumentos voladores creados por Leonardo da Vinci, un valiente otomano que respondía al nombre Hezarfen Ahmet Çelebi, decidió en el siglo XV diseñar unas alas de madera con el fin de cumplir uno de los grandes sueños de la humanidad, el poder volar. Lleno de valor se subió a la Torre de Gálata que roza los 67 metros y lazándose al vacío consiguió planear y atravesar el Bósforo con la ayuda de los vientos hasta alcanzar Üsküdar en el lado asiático, convirtiéndose así en el primer hombre de la historia que conseguía surcar los cielos.
Aquel día no la
fuimos a visitar por una cuestión de
tiempo, solo un pequeño vistazo al cruzar el puente para recorrer el barrio de Gálata donde se instalaron los antiguos
comerciantes genoveses. Pero os diré que esta torre fue construida en el año 528 para servir
como faro.
Es la zona nueva de Estambul. Moderna llena de comercios y restaurantes. Parece ser la preferida de los turistas europeos, aunque carece de la magia de la ciudad antigua. Esta torre es un excelente mirador y su visita es recomendable.
En tiempos de su construcción, era el edificio más alto y formaba parte de la ciudadela construida por los genoveses. Ha sido restaurada varias veces por ser un excelente punto de vigilancia, incluso se dice que desde aquí se podía levantar una cadena sumergida en el mar que bloqueaba el paso de las naves por el Bósforo en tiempos de guerra.
Es la zona nueva de Estambul. Moderna llena de comercios y restaurantes. Parece ser la preferida de los turistas europeos, aunque carece de la magia de la ciudad antigua. Esta torre es un excelente mirador y su visita es recomendable.
En tiempos de su construcción, era el edificio más alto y formaba parte de la ciudadela construida por los genoveses. Ha sido restaurada varias veces por ser un excelente punto de vigilancia, incluso se dice que desde aquí se podía levantar una cadena sumergida en el mar que bloqueaba el paso de las naves por el Bósforo en tiempos de guerra.
Cerca, está el puente basculante de 490 metros de
longitud que se encuentra ubicado en el estuario conocido como el Cuerno de Oro, que va uniendo el viejo
Estambul con la zona más moderna y constituye un puente simbólico capaz de unir diferentes culturas.
Atardece en Estambul, las gaviotas no dejan de chillar mientras atravesamos por segunda vez el puente más antiguo de esta ciudad.
Si
hay magia en el mundo, está en Estambul. Si hay una metáfora de lo que
significa para mí esta ciudad, sería sus orgullosos pescadores del puente
Gálata a media noche. Algo único. Día y noche, incansables, siempre con su
sonrisa y su cubo de peces frescos bajo sus pies. Parece que los pescadores no
duermen. Una fila de ellos serpentea el puente, apartan un poco sus anzuelos
cuando los barcos pasan por el Cuerno de Oro. Se hace de noche y empiezan a
encender sus hogueras. Es el momento de tomar tomates, espárragos, verduras a
la plancha con esos peces. Los mejores serán para venderlos en los puestos de
comida al aire libre cercanos a las estaciones de los ferrys en los restaurantes del nivel inferior.
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Y
mientras, resuena de fondo el canto inflamado de los almuédanos, leo en mi guía que hay más de dos mil
templos en Estambul. Son unos minutos breves e intensos, en los que se
proclaman la grandeza de Dios y a Mahoma como el mensajero, se repite cinco
veces al día en la ciudad más grande de Turquía y,
junto con la vestimenta de muchas mujeres, nos recuerda que la mayoría de su
población es musulmana.
Tras las huellas de
Agatha Christie …
Un poco mas allá regresando por el muelle, nos topamos con la famosa Estación de Sirkeci, última o primera parada (según el sentido del viaje) del mítico Orient Express.
En su mayor auge unía París con Constantinopla (hoy en día Estambul) modificando su trayecto según las guerras. Estaba considerado uno de los trenes más lujosos del planeta.
Era frecuentado por Agatha Christie, Greta
Garbo o Mata-Hari. Aunque el Orient Express ya no llega hoy hasta aquí, el
romanticismo de arribar en tren a esta
legendaria estación y toparse con los alminares de Santa Sofía no tenia nada
que ver con los anodinos autobuses o los modernos aeropuertos que nosotras
tomamos.
El
edificio principal se inauguró en 1890 y fue construido por un arquitecto
prusiano, con un estilo arquitectónico ‘orientalista’. Esta inauguración
coincidió con la prolongación del mítico Orient
Express hasta Estambul... En la estación se encuentra un singular restaurante
llamado precisamente Orient Express, que fue punto de encuentro de viajeros,
periodistas y aventureros a partir de los años 50 cuando Occidente comenzaba a
redescubrir la grandeza de Estambul.
Agatha Christie inspiró muchas
de sus obras en este tren, he hizo viajar en él a personajes como Hércules
Poirot. Otro ilustre viajero imaginario de tiempos más modernos, fue James
Bond, testigos de excepción de la magia de viajar en el Orient Express.
Aun es pronto para regresar al hotel y decidimos callejear
viendo tiendas y artesanías. Saco el mapa de Estambul que la oficina de turismo nos
había facilitado de la ciudad y aun que
las calles están escritas en turco es fácil orientarnos, y mas te vale, porque en un momento dado perdidas en ese
laberinto de callejuelas preguntamos a
un guardia de la circulación la dirección del hotel, el guardia después de
darle varias vueltas al mapa, se rasca
la cabeza y aturdido, no supo contestarnos, en fin, que lo conseguimos solas y
sin problemas.
Y es así, como un poco a la aventura desembocamos
en el bazar de las especias. Aquí se concentran todos los aromas y sabores de
Estambul. –y esta vez mi memoria me
llevo Jordania.
Al
Mercado de las Especias también se le conoce como Mercado Egipcio
ya que, durante siglos, este bazar tributario de la cercana Mezquita Nueva (se
construyó para sufragar el funcionamiento del templo) disfrutó del monopolio aduanero de las mercaderías que
llegaban a Estambul desde El Cairo.
El Bazar, uno de los más auténticos de la
ciudad, se inauguró en 1663 y pronto se especializó en la venta de especias y
perfumes un comercio que estaba en manos de los comerciantes genoveses. Con
planta en L, está cubierto con bóvedas
de estilo otomano. En el exterior se extiende un animado mercado
especializado en animales (incluidas sanguijuelas), flores y minerales piedras semipreciosas, con algunas de las
mejores tiendas de telas tradicionales de la ciudad.
Muy
cerca del Mercado Egipcio, y detrás de el,
subiendo una angosta y
oscura escalera que le da mas encanto si cabe, se localiza la mezquita
Rüsten Pasa Camii en la terraza de una casa. “Mezquita de los tulipanes” Con su único minarete, es otra de las obras maestras que el
arquitecto Sinan dejó en la ciudad. El hecho de tener que buscar la
misteriosa entrada, no para todos evidente en un simple portal con una placa a
la izquierda que indica su existencia, la mezquita pasa desapercibida para muchos
viajeros.
Pese a su reducido tamaño, este edificio erigido en honor del gran visir Rüsten Pasa,
primer ministro del sultán Suleimán el magnífico, se levantó en 1561 y cuenta
con la particularidad de su planta octogonal, un dato que, según algunos expertos,
esconde oscuros secretos esotéricos. Otra de las particularidades de esta
mezquita es la calidad de los azulejos de Izmik empleados para decorar su
interior, sobre todo con los diseños de los
tulipanes que son originalmente de Turquía, piezas que fueron personalmente
elegidas por el propio visir, que supervisó las obras.
Una Mezquita
pequeña y de carácter intimista donde es fácil
encontrarte a ti misma en el recogimiento espiritual.
En
una callejuela nos topamos con el Gran
Bazar. Es el gran templo turco de las compras, nos chocó que el idioma que más
escuchamos después del turco fuera el español. Debe de ser que los españoles y
sudamericanos somos los que tenemos mayor afán de comprar, es un auténtico
laberinto de calles llenas de tiendas de todo tipo: regalos, ropa, joyerías,
artesanía.
Espectacular el color y la
iluminación de los puestos de lámparas, y el brillo del oro.
En su interior tiene varios caravasares y un par de mercados antiguos en
los que lo único que cambia es la arquitectura, porque las tiendas siguen
siendo parecidas. Después de dar muchas vueltas y de pasar varias veces por el
mismo sitio, comenzamos a orientarnos ligeramente, y ya muy cansadas decidimos
regresar al hotel caminando.
Mientras caminamos por las calles de esta impactante ciudad no pudimos
dejar de probar sus riquísimas baklavas (postre turco a base de masa, azúcar y
nueces) y el Salep que es una bebida que se elabora con harina de orquídeas y
es extremadamente deliciosa y sobre todo
la barba de dragón.
Caminando
nos dejamos perder cerca de la gigantesca Mezquita de
Süleymaniye (Solimán El Magnífico) es tarde para visitarla, pero abruma su
dimensiones. Seguimos caminando y cerca descubrimos un bar para fumadores de narguiles, una
librería de textos antiguos, y una
iglesia cristiana ortodoxa. Poco después nos llegaba la música desde una cercana plaza repleta de
cafés y restaurantes. Cruzamos por
una avenida donde circulaban los principales
tranvías como parte de la postal de los templos y monumentos históricos, súper
moderno, silencioso y rápido. Para cruzar la calle, hay que mirar a ambos lados
y listo, se camina sobre las vías y en
cinco minutos llegamos al Hotel.
Esa
noche cenamos en la terraza superior donde poco a poco asistíamos
al inigualable espectáculo de un crepúsculo, mitad europeo, mitad
asiático, que difuminaba el perfil de
los numerosos palacios y mezquitas hasta convertirlos en sombras agazapadas que
naufragaban en medio de un embrujo inequívocamente oriental.
Después de nuestra larga caminata por Estambul te das cuenta que es una ciudad para vivirla,
y admirar los innumerables puntos que la metrópoli pone a tu disposición. La
historia de sus calles, barrios, templos, mezquitas y palacios alimenta la vida
de esta ciudad y de sus gentes que se abren al futuro, mientras los atardeceres
sobre el Bósforo siguen alumbrando con la misma luz de los siglos pasados las
orillas de este Estambul. Poco a poco las orillas del Bósforo se llenaban de una delicada luz rojiza que iluminaba a la que fue capital del Imperio Romano de
Oriente, de Bizancio y del Imperio Otomano, mostrando el esplendor de un pasado
glorioso y un futuro de modernidad
San Salvador en Chora
A la mañana siguiente el guía nos
recogió en el hotel, teníamos previsto visitar en primer lugar la iglesia de San Salvador en Chora. El edificio actual, que data del siglo XI, alberga una de las
mejores colecciones de mosaicos y frescos del mundo, creados por un grupo de
maestros anónimos.
Nos cuentan que originalmente existió aquí un monasterio
que se fundó en el siglo IV en una acrópolis y en el lugar donde se encontraron
las reliquias de San Babilas. La iglesia del monasterio estaba consagrada a
Cristo con el nombre de Iglesia del Sagrado Salvador en Chora, Chora se refiere
a que estaba situada a extramuros de la muralla de Constantino, en el campo, en
el extrarradio. Justiniano I empezó a reconstruir la Iglesia alrededor del año
536.
Esta impresionante decoración interior fue
realizada entre 1312 y 1321. Los mosaicos son uno de los mejores ejemplos del
Renacimiento Paleólogo. Los artistas siguen siendo desconocidos. Está considerada como uno de los más bellos
ejemplos de Iglesia bizantina que pueda contemplarse en la actualidad.
Los graciosos movimientos de los personajes dan a sus
representaciones una ligereza y elegancia incomparable, por otro lado
subrayadas por una fresca coloración. Las representaciones están cargadas de
realismo alejándose del estatismo y presentan un abanico cromático...
espectacular !
Poco después, encaminamos
nuestros pasos hasta Eyüp. Había
leído que está considerado el barrio musulmán más auténtico y fiel a las tradiciones. Este fue el único barrio donde
otras minorías religiosas ,antaño, no tenían permiso para residir. Un
territorio sagrado para el Islam cuyo epicentro es la mezquita que le da
nombre, y es así como nos encontramos con una mezquita, un cementerio y un té en el Café
Pierre Loti. Os cuento:
Esta mezquita Eyüp se encuentra en el barrio islámico más conservador de
Estambul. El motivo de tal devoción es la tumba de Abbu Ayyub al-Ansari,
ayudante de Mahoma. Fue de
las que me calaron más hondo. No por su arquitectura porque no es de las más
grandes ni deslumbrantes de la ciudad, sino por el fervor religioso que la
envuelve. Y es que esta mezquita ocupa el cuarto lugar en la jerarquía de
espacios sagrados del Islam después de La Meca, de Medina y de la mezquita de
Al-Aqsa en Jerusalén, por tanto es un
veneradísimo enclave que atrae a numerosos peregrinos y el ambiente que se respira es muy
distinto al que se puede ver en el centro de la ciudad.
En las
mezquitas, hombres y mujeres no comparten espacio, Loli y yo
nos pusimos un pañuelo que nos cubría la cabeza y los hombros y
nos sentamos en el suelo como el resto de mujeres y me dispuse a mirar
discretamente. Le dedico tiempo al balcón del sultán y a esas lámparas
enormes y circulares que cuelgan del techo y caen casi hasta la altura de los
hombres más altos, en ellas hay unos vasos para el incienso que atenuaban los
olores que desprenden la materia y los cuerpos.
El imán se puso a recitar algo y todos
escuchaban extasiados. No entendía lo que decía, pero aún así fue un momento
sobrecogedor.
La espiritualidad que emana es difícil de explicar con
palabras. Decenas de mujeres orando en el gran patio central, hombres
entregados al ritual de la ablución para desembarazarse del estado de impureza,
niños vestidos de blanco que parecen sacados de un cuento de las mil y una
noches y que acuden con sus familias para celebrar el día de su circuncisión, es imposible no asociarlos
mentalmente a los almirantitos que reciben la primera comunión por nuestros
lares.
Y rezos y más rezos resonando en
cualquier rincón. Letanías que captaban mis oídos pero que mi mente occidental
no alcanzaba a comprender.
Ya atrapadas
a lazo en el barrio de Eyup, traspasamos algunas calles,
plazas y el cementerio que discurre a lo
largo de la colina. Entre cipreses, algarrobos y castaños, nos parábamos cada
dos por tres ante las lápidas y tumbas que se desparraman ladera abajo. la cálida luz de Estambul colándose por las
ramas de los árboles nos dejaba ver
retazos del Cuerno de Oro, una mujer de avanzada edad leyendo sentada sobre una
tumba para compartir unos minutos con sus seres queridos… La vida y la muerte
dándose la mano, un rostro más de la mágica Estambul.
Y fuimos subiendo el cerro hasta el
mirador de Pierre Loti. La fama de este mirador es bien merecida: las
vistas del Cuerno de Oro enmarcado
por la colosal urbe son únicas. La
terraza del Café Pierre Loti, uno de los más frecuentados de la
ciudad es en mi opinión uno de los rincones más encantadores. Comprendí porqué
el novelista y aventurero francés Julien Viaud, conocido con el seudónimo de
Pierre Loti,
"Loti", rosa en tahitiano, acudía hasta aquí en busca del
favor de las musas.
Pero volvamos al lugar de
la magia, con una preciosa historia de amor que leí mientras veíamos las
preciosas vistas. Por el
año 1876 el marino Francés Loti, solía
frecuentar este café de Estambul para inspirarse en sus novelas.
Desembarcó aquí, como oficial de la flota francesa.
Fue donde conoció a una mujer turca y se
enamoró de ella. Para poder verse en secreto, ya que ella era casada, se
encontraban en el cementerio que hay subiendo esta colina. El se embarcó y años
después cuando volvió ella había fallecido. Las memorias y vivencias de este
amor las reflejó en su novela Aziyadé.
Pasear por estos lugares es pasear fuera del tiempo, con jardines gratamente desordenados, donde la
obra del hombre se confunde con la de la naturaleza.
Rincón que aun recuerda a militares o escritores
como Chateaubriand Cervantes.
Como ya era la hora de comer el guía nos llevo colina abajo en un restaurante cerca del centro. Cansadas y hambrientas dimos buena cuenta del almuerzo en compañía de nuestro grupo.
Como ya era la hora de comer el guía nos llevo colina abajo en un restaurante cerca del centro. Cansadas y hambrientas dimos buena cuenta del almuerzo en compañía de nuestro grupo.
Poco después
nos dirigimos hacia la Mezquita Azul
y Santa Sofía.
La plaza del Sultan Ahmet es un espacio único, la joya de Estambul. Allí se concentran varios de los edificios más relevantes de Turquía e incluso del mundo.
Justo enfrente de Santa Sofía se encuentra la Mezquita Azul, una monumental construcción cuya extraordinaria belleza se debe a que el sultán que la mandó levantar ordenó que en ningún caso fuera inferior en esplendor a Santa Sofía. La Mezquita Azul es tan hermosa que su diseño y construcción tuvieron que ser revisados a la baja pues rivalizaba con la de Al-Haram en La Meca, dándose la circunstancia de que en algunos aspectos superaba en prodigios a aquella, la mezquita más sagrada, el santuario del Islam allí en la ciudad natal de Mahoma.
Su silueta, única con seis minaretes, es fotografiada desde todos los ángulos posibles.
Entramos en el patio donde varios hombres realizan sus abluciones antes de orar. Llamo la atención de esta cronista el señor de barba oscura que cuelga su abrigo en la pared larguísima, con una cantidad de canillas y asientos de mármol difíciles de contar. Elige uno al azar y se lava tres veces cada brazo hasta el codo, la boca, la cara, las orejas, la coronilla, la nuca y los pies, sin dejar de rezar. Terminado el ritual, se pone dos pares de medias sobre los pies mojados y entra sin zapatos, como todos
Pudimos admirar la majestuosidad del interior con todas esas sucesiones de cúpulas sujetándose a sí mismas, y las descomunales columnas sosteniéndolo todo. Es una maravilla en cuanto a iluminación se refiere. Miles de lámparas colgando del techo complementan la luz natural que se filtra a través de celosías y vidrieras.
La plaza del Sultan Ahmet es un espacio único, la joya de Estambul. Allí se concentran varios de los edificios más relevantes de Turquía e incluso del mundo.
Justo enfrente de Santa Sofía se encuentra la Mezquita Azul, una monumental construcción cuya extraordinaria belleza se debe a que el sultán que la mandó levantar ordenó que en ningún caso fuera inferior en esplendor a Santa Sofía. La Mezquita Azul es tan hermosa que su diseño y construcción tuvieron que ser revisados a la baja pues rivalizaba con la de Al-Haram en La Meca, dándose la circunstancia de que en algunos aspectos superaba en prodigios a aquella, la mezquita más sagrada, el santuario del Islam allí en la ciudad natal de Mahoma.
Su silueta, única con seis minaretes, es fotografiada desde todos los ángulos posibles.
Entramos en el patio donde varios hombres realizan sus abluciones antes de orar. Llamo la atención de esta cronista el señor de barba oscura que cuelga su abrigo en la pared larguísima, con una cantidad de canillas y asientos de mármol difíciles de contar. Elige uno al azar y se lava tres veces cada brazo hasta el codo, la boca, la cara, las orejas, la coronilla, la nuca y los pies, sin dejar de rezar. Terminado el ritual, se pone dos pares de medias sobre los pies mojados y entra sin zapatos, como todos
Pudimos admirar la majestuosidad del interior con todas esas sucesiones de cúpulas sujetándose a sí mismas, y las descomunales columnas sosteniéndolo todo. Es una maravilla en cuanto a iluminación se refiere. Miles de lámparas colgando del techo complementan la luz natural que se filtra a través de celosías y vidrieras.
Un icono conduce al otro.
Enfrentada a la Mezquita Azul, se encuentra el otro gran símbolo de Estambul: Santa Sofía. Era la iglesia más grande
hasta que fue superada en tamaño por la Basílica de San Pedro, en el
Vaticano. Pero antes hay que atravesar el espacio que las separa, el antiguo Hipódromo, o lo que quedaba de el.
El Hipódromo
El obelisco fue construido durante el reinado
del faraón egipcio (1549-1503 antes de Cristo)
y se erigía en la ciudad de Luxor. Se trasladó a Constantinopla por
orden de Constantino el Grande (Siglo IV), En la actualidad, el monumento
descansa sobre un cubo de mármol blanco donde se representa (de manera bastante
mediocre, por cierto) al emperador y su familia entregando la corona de
vencedor a varios campeones de carreras de caballos.
Entre ambos monumentos se
encuentra la Columna Serpentina. En su origen decoraba el mismísimo templo
de Apolo en la ciudad de Delfos en conmemoración de la victoria de
las tropas atenienses sobre los persas en Platea. Allí permaneció durante 800
años hasta que el emperador Constantino el Grande la mandó trasladar en el año
324.
Santa Sofía. (Capitulo dedicado a mi hermano Philippe)
Ahora vamos a conocer Santa Sofía, la auténtica joya de la ciudad.
Construida durante el reinado del cruel emperador Justiniano (siglo VI d.C.)
está considerada como la mayor muestra del arte bizantino. Si el exterior nos sorprende, el interior nos
fascina ¡
Un inmenso espacio abierto bajo la cúpula que sujetan grandes
columnas se ilumina dando reflejos dorados por todas partes.
Dedicada a
la santa sabiduría de Dios (del griego Sofía, sabiduría), fue la catedral
bizantina oriental de Constantinopla hasta la conquista del Imperio Otomano,
con un paréntesis católico entre 1204 y 1261 durante el patriarcado del Imperio
Latino fundado por los Cruzados cuando fue la iglesia del Papa. En 1453 empezó
a funcionar como mezquita y se taparon las imágenes cristianas.
En lo alto
de la puerta de entrada se encuentra un extraordinario Pantocrátor en mosaico y
al pasar bajo él, Loli y yo nos encontramos con la imponente cúpula que corona
Santa Sofía.
El templo
reúne pinturas originales, y la cúpula de 31 metros de diámetro. Hasta
el Renacimiento italiano ningún arquitecto supo emular la grandeza de esta
cúpula que se construyó en un tiempo
récord y bajo presión y amenazas de un ambicioso emperador. El enorme andamio que ocupa hoy afea un tanto la
visión del conjunto: afortunadamente pudimos observar completa la famosa cúpula
que según todos los tratados de historia “parece que flota”.
Cuando la zona comenzaba a llenarse subimos a la galería del
primer piso. Allí pudimos observar los famosos mosaicos y el mármol que reviste
la estancia. Desde arriba se obtiene mejor la sensación de grandeza del
edificio (a pesar del dichoso andamio). Los pasillos y escaleras de acceso al
primer piso son una perfecta simbiosis de bizancio y el Islam. Nada está fuera
de lugar, el color verde y el dorado nos acompañan hasta los antiguos iconos.
Columnas inclinadas, suelos de mármol rajados por el paso de los siglos
y algunos terremotos, medallones gigantes en árabe y la recuperación de los
mosaicos bizantinos más famosos del planeta. “Cristo en el medio, San Juan
Bautista a la derecha y la Virgen María a la izquierda. Siglo XIII”, se lee en
la pared del Cristo Pantocrátor, una obra que nadie se quiere perder.
Todas las paredes de la iglesia de Santa Sofía, excepto los
incluidos en mármol han sido decoradas con mosaicos de gran belleza. Oro,
plata, cristal, terracota y piedras de colores se han utilizado para hacerlos.
Los mosaicos de origen vegetal y geométricos son del siglo sexto, mientras que
los mosaicos con figuras datan del período iconoclasta.
También en
esta segunda planta, se encuentran los mosaicos del emperador Constantino y la
emperatriz Zoe adorando a Cristo.
A Finales del siglo IX, un vikingo
llamado Halvdan perteneciente a la Guardia
varega, unidad de élite del emperador bizantino Basilio II, está en
la antigua basílica ortodoxa de Santa
Sofía. Allí graba su nombre en alfabeto rúnico en el mármol de la
balaustrada del piso superior de la galería sur. Un acto de vandalismo que
ahora con el paso del tiempo, más de mil años después, se conserva como una
reliquia del pasado.
Salimos de
Santa Sofía con la sensación de haber cumplido un sueño. Fuera volvemos
a contemplar la lluvia otra vez, y
es cuando volvemos la mirada hacia la
historia en los reflejos de los charcos de este casco histórico, y como decía algún poeta, magia o no, el otoño
e invierno es perfecto para fotografiar
Estambul.
La Cisterna de la Basílica.
Tomando camino hacia el hotel
nos topamos con la Cisterna de la
Basílica. Entonces surge una visita que supera las expectativas. Se tiene acceso hacia el interior del edificio
por medio de una escalera de 52 peldaños de piedra.
Vamos a las
profundidades.
La Cisterna
de Yerebatan o de la Basílica es una de las numerosas reservas de agua que
tenía la ciudad. Dicen que es la más grande de
las 60 cisternas construidas bajo Estambul durante la época bizantina. Tiene su
origen en una antigua basílica edificada con anterioridad en el mismo
emplazamiento.
Al recorrer las pasarelas de
este enorme recinto, oscuro y húmedo lleno
de enormes peces, no es difícil mojarse allí adentro. Parecería lúgubre si no
fuese por los enormes focos naranjas que iluminan las columnas y que dan la
sensación de estar en un mundo acuático mágicos, donde sin lugar a dudas debió
de habitar alguna criatura mítica.
Se comprende por qué le dicen
“el palacio sumergido”. Impacta con sus 336 columnas lanzándose hacia el cielo en el agua. Los capiteles tan variados como las columnas, 98
del estilo corintio y una parte imponente reflejan en el agua el estilo dorico. La fecha de construcción siglo VI d.C. En tiempos del
emperador Justiniano la cisterna de 9800 m²
en total tenia una capacidad de
almacenar aproximadamente 100.000 toneladas de agua que podía recibir de los
bosques de Belgrado, a 19 Km .
de Constantinopla y a través de numerosos acueductos.
Y cuando
parecían agotadas las sorpresas aquí abajo, aparecen dos columnas con unas
cabezas de Medusa, el ser mitológico que convertía en piedra a quien mirara, invertidas como base. Una boca abajo
y la otra de lado. Quizás para que de alguna forma ocultar el pasado,
enterrando el paganismo en el fondo de la cisterna. O quizás, como dicen
algunas malas lenguas, que las cabezas de Medusa fueran colocadas al revés o de
lado para no petrificar a la gente. Sea
como fuere es mejor evitar mirar la medusa a los ojos.
Acaba un día más de Ramadán en la ciudad de las mil mezquitas, es hora de volver al hotel.
A
la mañana siguiente teníamos previsto hacer el recorrido de la zona de ORTAKÖY.
Ortaköy es un barrio mágico,
centro de reunión de artistas, bohemios y estudiantes. Un
antiguo barrio de pescadores ubicado en
la costa izquierda del Bósforo, muy cerca del gran puente que une Europa y
Asia. Tiene unas bonitas casas junto al embarcadero y una mezquita a pie de mar
preciosa. Se puede llegar por tierra o por mar y es el lugar ideal para pasear
por la ribera del Bósforo escuchando a las gaviotas.
Ubicado en
la parte europea de Estambul el barrio
es pequeñito pero con unas vistas muy especiales. Está lleno de terrazas y
tiendas de artesanía, libros antiguos, y preciosos cuadros
pintados a mano o el típico amuleto del ojo azul turco. También hay muchos
restaurantes donde disfrutar de la estupenda comida turca. Y callejuelas con casas de colores.
Gatos ¡…Muchos
gatos, decenas, cientos y miles. Por todas partes hay gatos. Más feos, más
bonitos, de todos los colores, tamaños y formas que busques.
Es una de las cosas que más me había llamado
la atención, toda esa cantidad de gatos callejeros que había en Estambul y por
toda Turquia.
Los podíamos ver disfrutando del sol en
los tejados, bordeando edificios con su característica elegancia, en
escaparates de tiendas camuflándose entre los productos, sin duda,
Estambul queda nombrada la ciudad de los gatos. Nadie les hace daño, se pasean
como auténticos reyes. Viven en tiendas, en la calle, en los pisos, en donde
les da la gana, puedo asegurar que Estambul debe tener tantos gatos
como tiene gente. Es algo fuera de lo común.
Cuando uno está callejeando por la ciudad a
veces uno se siente como
si la patrona de la antigua Constantinopla fuera Gatúbela porque simplemente
era impresionante .
Ahora recuerdo haciendo un recorrido por mi memoria
como en la primera mezquita que visitamos situada en una calle tranquila y
silenciosa, un gato perezoso nos guiñaba el ojo al sol mientras parecía
controlar la entrada de turistas al edificio. En los bancos de madera situados
frente a la Mezquita Azul,
dos gatos de pelo dorado hacían la siesta ajenos al trajinar de visitantes.
En la estación Sirkeci, donde una vez
llegara el Orient
Express, un gato atento parecía controlar el ir y venir de los
trenes, y uno en busca de caricias vigilaba la entrada al Gran Bazar desde la mezquita de Nuruosmaniye. En el bazar, había alguno que otro
que corría huidizo en los hans del fondo, donde en tiempos de las grandes rutas
comerciales se almacenaban mercancías y donde hoy parecen no pasar las horas, y
en el mercado de libros antiguos algunos hacían la siesta. Había gatos privilegiados en el palacio Dolmabahce, donde un día
residió Ataturk, y en el jardín del palacio Topkapi venían buscando las golosina que les daba mi
prima Loli.
No hay duda los gatos reciben
mimos y reverencias. Es así como la gente de Estambul de forma anónima suele
alimentar a los gatos callejeros, los cuales incluso reciben los parabienes de
parte del gobierno local, que ha colocado pequeñas casas de madera que les
sirven de refugio.
Es
grato de verlos. Inclusive nos sucedió que entramos a una tienda y dentro nos
encontramos dos gatitos recién nacidos entre los percheros de ropa.
Me llamó tanto la atención que ya había
empezado a hacer hipótesis sobre la relación entre estos animales y el Islam. Y
como simplemente no me podía quedar con la
curiosidad me di a la tarea de
investigar un poco sobre la relación del Islam y estos animalillos que yo tanto
quiero .
Había que resolver el misterio. Asi que
un amable turco nos conto que el gato es un animal muy respetado por el Islam porque existe
una leyenda que dice que Mahoma tenía una gata llamada Muezza; un día la dulce minina se
quedo plácidamente dormida sobre la túnica de su dueño. Mahoma no queriendo
molestarla, corto con una tijera su túnica para que la gata siguiera durmiendo
mientras el iba a realizar sus tareas, a su regreso la gata recibió al profeta
con manifiesta alegría, algo que emocionó a Mahoma que otorgó a todos los gatos
la gracia de caer de pie y de entrar en el paraíso. Se podría decir que los
gatos son una parte más del encanto de la ciudad, unos animales que parecen
guardar toda la pureza y belleza del alma de Estambul.
Y
así es como, entre tanto gato tanta artesanía y tanto puestito callejeros que
llegamos a la Mezquita de Ortakoy.
Nadie me había dicho que era tan bonita, y tan
fascinante…Nos ataviamos con nuestros pañuelos, nos descalzamos, y entramos.
En su interior, cualquier detalle es un objeto de
contemplación; me fije en la pared, la cúpula, en la gente que se abría paso
sobre la alfombra, y, en ese momento, no me pregunte el origen de la
estructura, porque aprendí que estas
construcciones tiene un lenguaje común que sólo se oye en el silencio.
Su
belleza se basa en el perfecto mimetismo con el que encaja en el entorno
privilegiado formado por la combinación del Bósforo y el puente que comunica ambas
orillas, fue construida en el siglo XVIII, y constituye una de esas postales que se lleva en el
corazón cuando uno visita la ciudad, es mi mezquita favorita de Estambul. Como
curiosidad decir que en las proximidades, desembarcaron los judíos españoles que fueron
expatriados contra su voluntad por los edictos reyes católicos en el
año 1492, y que fueron recibidos en persona por el Sultán
otomano Beyazid II.
Quizás es
la mezquita más bella del mundo.
Poco después volvimos hacia el
centro de Estambul, pasando por el mercado de pescado, y la tumba de Barba
roja.
A
solo unos metros, en el último muelle, se concentraba la vida. Cafeterías,
Jóvenes de aspecto moderno y actual,
mujeres veladas, pescadores, fruteros.
Los hombres del mar, en cuclillas frente a sus puestos, destripan,
desescaman, limpian, sus productos con una destreza que no se corresponde con
sus romos y viejos cuchillos, mates por el uso, mil veces afilados. No hablan.
No miran. Solo trabajan. Lanzan los desechos al aire. Las gaviotas los agarran al
vuelo, algunas se pelean por los trozos más suculentos de tripas.
Otra de
las sorpresas con las que nos topamos en Estambul: la tumba de Barbarroja situada
a las orillas del Bósforo y también con el monumento en su honor que representa
la proa de un navío en una bonita plaza, todo ello junto al museo marítimo de
Estambul.
El viaje termina. Durante unos días hemos hecho un recorrido por las diferentes tradiciones de años y años que siguen en pie, mientras los llamados para rezar en las miles de mezquitas resonaban a toda hora.
No resulta
fácil sustraerse al ambiente de Estambul -una ciudad que invita a deambular por
sus calles repletas de una multitud abigarrada, de vendedores cargados con todo
lo imaginable, de un caos embriagador y de un misterio insondable, y la imagen
de la ciudad dorándose por el ocaso sobre el Cuerno de Oro… pero vale la pena hacerlo.
1 comentario:
Es difícil no acordarse de un blog tan especial como el tuyo me ha abierto al mundo de los grandes viajes de principio de siglo.
Wilson
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